jueves, 1 de noviembre de 2012

Tercer movimiento: Lo de dentro.

Los quejidos inaudibles se sucedían en la estancia, semejantes a los gemidos de un perro herido.
El único acompañamiento musical era una respiración ajena a la suya, la cual se había acomodado en su cabeza desde hacía algo más de un par de años.
Su recuerdo aún palpable era cuando su pecho se inflaba delicadamente con cada nueva calada de aire.
El pelo oscuro como el miedo desparramado inocentemente sobre la almohada.
Cuantas noches en vela apreciando aquel momento, el contorno de aquella pequeña naricilla respingona apenas iluminada por el reflejo (que le parecía cálido en su presencia) de la Luna.
Ahora sabía que era que te atormentase el fantasma de la memoria, en aquel momento deseó ser aquel gato pardo que había tomado como guarida la parte del tejado en la que estaba la ventana de la que es su habitación y la suya también, en otros tiempos y circunstancias.La risa nerviosa sacudió su cuerpo y rostro mientras el silencio nocturno se resquebrajó como las ilusiones de un niño que descubre a temprana edad que Papa Noel no es quien él esperaba.
Deslizó su mano derecha hacia el lado de la cama que estaba vacío y huérfano pero no la encontró, tan solo unas sábanas blancas depositadas sobre un colchón duro.
Se sentó en el medio de la cama mientras miraba un punto fijo y perdido al que nunca ni él ni nadie le había prestado tanta atención, y, con aire ausente se sumergió en la nada.Chapoteaba en ella mientras volvía sentir sensaciones oxidadas con cada escalofrío.Se frotó los brazos, la piel de gallina en ese instante le reconfortaba.
Como cada momento de luna que tienen los días, bajó al jardín.
Y se tumbó sobre la hierba, cerca de un sauce llorón.La espalda húmeda por el rocío, el relente en el aire le hacia cerrar los ojos para revivirse a sí mismo, para volver a la vida en aquel lugar y en aquel momento, los dedos de los pies comenzaban a congelarse.
Con las manos arrancaba la hierba.De repente aquel gato pardo en el que había querido convertirse hacía unos instantes se encontraba a su lado, acompañándole.
Largos bigotes que adquirían los colores nocturnos, se quedó embelesado observando la magia de la Luna.
Pensé en acariciarlo, pensé que quizás necesitaba algo de cariño, aunque fuesen las migajas del primer plato que el amor nos otorga y que cada uno prueba al menos una vez en su vida, pero decidí que era mejor no hacerlo, seríamos compañeros de silencio, unidos por una cadena enorme pero a la vez invisible a los ojos de cualquier individuo que no entendiese aquella paradójica situación.Yo, que ansiaba ser como aquel animal para evadirme de mis problemas, ignorante a los suyos.
Decidí imitar a mi nuevo compañero nocturno.
Sucumbir al embrujo de la Luna, su encanto, su luz ahora volvía a ser tan cercana como antaño.
Lloré.Una ráfaga de viento sacudió la hierba como si estuviese sacudiendo una sábana.
El llanto vació mi garganta y mis pulmones.Mi alma volvió después de aquel tiempo muerto que pactamos darnos.La pesadumbre abandono el cuerpo inerte por el momento y se fue galopando como un caballo desbocado en el manto de oscuridad que es la noche, rasgado en algunos puntos por estrellas refulgentes.
Quedé vacío.Completamente vacío.Escuche el maullido de mi compañero.Aquel momento era la señal, la señal de quien ansía comenzar una nueva historia.

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