miércoles, 11 de julio de 2012

Escalofrío.

En aquella ocasión se sentía libre.Nada le ataba a nadie, ni siquiera a ella misma.Libre como el globo de un niño cuando se le escapa de entre sus pequeños e inocentes dedos.
Se agachó tranquilamente, escogió una piedra grisácea que descansaba en el suelo junto a otras muchas y la lanzó formando ondas cada vez que impactaba contra la superficie del agua, dejando tras de sí pequeños circulitos que en orden ascendente que se iban haciendo cada vez mayores.Aquello le relajaba.Le recordaba a Amelie cuando lo hacía.
Siempre iba allí con su abuelo, desde temprana edad.Recordaba con ternura cuando agarraba su pequeña mano con la palma de la suya, más sabia y experimentada por el paso de las décadas, sus recuerdos se escondían bajo las abundantes arrugas de su morena piel.Anhelaba aquellos momentos y otros tantos.Pero es absurdo echar de menos algo que ya nunca jamás podrás hacer, o al menos no de la misma forma, ya que lo que ella extrañaba era aquella agradable compañía, que al mismo tiempo le aportaba seguridad.
Aún quedaban algunos pececillos en el lago.Los más cercanos a ella huían despavoridos cuando las piedras impactaban en el agua.Años antes había muchísimos más, pero por unas circunstancias u otras ya tan solo quedaba algo menos de la mitad.
De repente sintió un impulso, necesitaba hacer aquello.
Avanzó un par de pasos, dejo caer cuidadosamente su abrigo y su bufanda en una roca cercana y siguió avanzando.
Nada la detenía, ni un pensamiento fugaz.Nada que le hiciese retroceder o frenar sus pasos.
Miró el cielo.Despejado, aunque el día estaba algo sombrío, pero el cielo azul aceptaba su decisión, ningún impedimento, adelante, sigue.
Un escalofrío recorrió completamente su cuerpo, se estremeció.Miro por instinto sus piernas bajo la falda ahora empapada y rodeada por agua, agua de un mes de febrero más frío de lo habitual, un febrero agridulce, de altibajos y cuestas.El agua era clara, casi transparente, limpia, algo que hacía a aquel lugar ser especial.Los poros de su pálida piel hacían cordilleras corroboradas por el agua casi helada.Un nuevo escalofrío recorrió todas las líneas de su cuerpo y finalizó en un agradable cosquilleo en la nuca.
Tomó aire y hundió su cabeza bajo el agua.
Burbujas de aire iban tomando formas a su antojo hasta llegar a la superficie y desaparecer.
Segundos después ella también llego allí arriba.
Ahora la cara mojada  iba enfriándose con el paso del viento de la estación.
Pensaba que si alguien la veía pensaría que había tenido un pensamiento suicida, pero se equivocaba.
Nadó hasta el centro del lago, no era muy hondo, coordinaba perfectamente el movimiento de los brazos con el de las piernas, pegando grandes y resueltas brazadas hasta llegar allí, al centro de aquella masa de agua.
Cuando llegó, estiró su cuerpo mientras flotaba, el viento la acunaba.
Sus oídos ahora tapados por el agua tan solo escuchaban un entrecortado y agradable silencio.Ahora sí era completamente libre.
Un recuerdo invadió su mente.Un agosto caluroso, sonido de chicharras, ella y su querido abuelo.
Aquel verano fue cuando le enseñó a nadar.Recordaba que primero le hizo hacer aquello, ponía delicadamente las manos en su espalda y mientras le contaba alguna historia que el "había vivido", como cuando mató un gran dragón y salvó a una princesa.O le cantaba alguna canción que su madre le había cantado a él cuando tenía su misma edad.Tardes y tardes pasaban, cada una única, lo echaba de menos.Estaba muy unida a él.
Quizá aquello que había hecho sería algo estúpido producto de sus alocadas hormonas que en esa edad no permitían razonar demasiado, pero ella tenía la certeza de que no, sí, había sido un impulso, no tenía motivos, pero aquello le devolvió unos minutos a aquellos tiempos de felicidad completa y helados de vainilla.Por unos leves minutos le devolvieron todo aquello que añoraba.Por unos cortos minutos volvió a ser plenamente feliz.

viernes, 6 de julio de 2012

Y cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama, que le dijo que no volvería, que no la esperara.

Fue algo fugaz, casi inexistente, como un suspiro frente a una ventana en pleno enero.El vapor cálido que salía del interior de su cuerpo desaparecía en un frío cristal sin ser visto.
Caminaba indeciso por la acera, aún con una fina cobertura de hielo en algunas partes de ella, caminaba con cuidado para no resbalar.La nieve ya hacía acto de presencia en el capó de algún que otro coche, cuyo dueño no estaba muy por la labor de quitarla.La nieve acompañaba a algunos bancos solitarios, que carcomidos y desgastado por el paso del tiempo y las lluvias aceptan con agrado aquella silenciosa compañía, tampoco es que pudiesen evitarlo.
Aún es temprano.El tímido sol que calienta algunos de los carámbanos que cuelgan de los tejados aporta algo de alegría a aquella fría mañana.
En la calle tan solo se encuentran un señor mayor, con las cejas muy pobladas y blancas, del mismo color que el poco pelo que adorna su cabeza, una mujer y su hijo de unos cinco años, la mujer es morena, de pelo rizado, el niño abraza a un osito de peluche blanco con un lazo morado, un camarero fuma un cigarrillo enfrente de la puerta del bar de la esquina.
Sigue andando, sin seguir ninguna idea preestablecida con anterioridad.Llega hasta un descampado en el que la hierba verde aún sigue ahí, pero no tardará mucho en quemarse por el frío de la estación.Decide sentarse en un lugar al azar, sin ninguna preferencia.Se sienta delicadamente, se acomoda el abrigo y la bufanda y se quita los guantes.Apoya sus manos en el suelo y siente como poco a poco se le congelan los dedos, pero no le importa, al contrario, le gusta, o al menos lo prefiere ante otro dolor, el dolor de la ausencia, de cuando una persona estaba ahí y ya nunca podrá volver a despertarte con un suave beso, ni aunque pidas ese absurdo deseo al soplar las velas de una tarta de cumpleaños o cuando se lo pidas a una estrella fugaz, quizás se quede la esperanza, pero sabes que nunca se va a cumplir, y te burlas de la absurdez de aquella patética hipótesis en la que unos cuantos idiotas confían.Es algo irreversible.
Cuando se "desvaneció" todo dejo de existir, o mejor dicho, todo seguía ahí pero nada me parecía igual.
Se llevó una parte de él, dejándolo incompleto.Tal vez se dejó la mayoría de su vida perdida entre su pelo o en cualquiera de su cartas que se escondían debajo de una cama, y tal vez nadie las descubra jamás, o cuando las descubra será demasiado tarde para buscar un autor o un propietario.
Se extravió el corazón, anteriormente encerrado en su esqueleto, puede que con sus leves roces de labios, y ahora, a falta de ellos, a decidido abandonarle a su suerte.Aún así, ni acolchándolo con recuerdos plasmados en viejas fotografías de un verano ya marchito, se disponía a volver a ser como antes, se negaba a latir a ese ritmo frenético que antes lo caracterizaba, aprendió demasiado, se volvió un viejo zorro que, mientras fumaba un Chesterfield recordaba dolorido como puñaladas en lo más hondo de su ser a su amor, quizás no fue su primer amor, pero sí su verdadero amor.Cada arruga que mostraba era algún suspiro en una oscura noche.La luz ya no se acomodaba en el como antes, ha decidido criar telarañas y cubrir todo con sábanas blancas para dejar atrás en el camino aquel amargo recuerdo de un prototipo de "vida feliz" que ya no podrá ser ni lo segundo ni lo primero.

martes, 26 de junio de 2012

Close to the edge.

Hora punta en la ciudad, ritmo frenético, el va y viene de la gente, un Muscle Cars naranja cruza a gran velocidad delante  de un taxi que seguía la ruta hacia quién sabe dónde indicada por un cliente, al parecer muy exigente. El taxi continúa su camino tras la interrupción, gira de una forma algo brusca, adelanta a otro coche, vuelve a su posición y para delante de un paso de cebra en el que la luz roja del semáforo se ha encendido.
En ese instante una mujer de unos 50 años, demasiado maquillada y que lleva un vestido de flores algo holgado cruza por ese mismo paso de cebra, a su lado está una mujer, apellidada Haskins, una joven promesa de la abogacía que anda deprisa para llegar a una reunión en un edificio ubicado dos manzanas más allá. Haskins pasa delante del escaparate de la tienda de su amiga Anna, la cual está vistiendo a los maniquíes en el escaparate con la nueva colección, se saludan con un movimiento de manos y una sincera sonrisa, gira la esquina y allí está el chico de los periódicos al que un hombre mayor le está contando algunas de sus peripecias de juventud.
En ese momento aparece un Terrier retriever marrón, pasa delante del puesto de perritos calientes, y sin que nadie se dé cuenta, recoge un trozo de pan con ketchup que hay en el suelo, y se va contento por un callejón. Mientras la dueña de ese perro lo busca desesperadamente, cruza la calle, pregunta a toda la gente.
Una de las interrogadas es una chica adolescente, Shirley, alisa su nueva falda plisada magenta mientras piensa en su cercana graduación.
Mientras ella divaga el Muscle Cars naranja de antes sigue a la misma velocidad de antes, o incluso más, recto, no se detiene ante nada ni ante nadie. Un choque.
Hora punta, ritmo frenético, el va y viene de la gente, un Muscle Cars parado en un paso de cebra, sangre, un cuerpo pequeño y joven yace en el suelo sobre un charco rojizo, tiene una falda plisada magenta, por el aspecto parece recién estrenada. Gritos de auxilio, llamadas, perfumes y aromas que se mezclan, asfalto caliente, parón en un punto de la ciudad; sirenas, ruido, mucho ruido, ambulancias y coches de policía, una camilla de hospital. Y es tarde.
Tal vez fue un casualidad aquel encuentro, o era algo que tenía que pasar. Porque tal vez y solo tal vez, si aquel taxi hubiese pasado delante de aquel Muscle Cars reteniéndolo unos minutos o aquella dueña del perro hubiese entretenido un poco más a Shirley nada de aquello hubiese sucedido.
Las tres y pocos minutos de la tarde. La misma ciudad, aunque más silenciosa. Familias reunidas en la misma mesa para comer, o parejas, o trabajadores comiendo su almuerzo; algunos ven las noticias y otros no. El mundo sigue igual, imparable, con una carcasa indestructible. Y tú sigues ahí, con dudas y promesas, con "peros" y "puede". Y tal vez ahora, o dentro de un minuto, o mañana, o dentro de 5 años estés perdiendo una oportunidad, por el simple hecho de esperar y no buscarlas por ti mismo.