lunes, 2 de abril de 2012

Amor que es como la energía, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

Unos centelleantes ojos en medio de una inmensa oscuridad.
La oscuridad de una noche que sólo consigue romper aquel foco de luz pálida y en ocasiones excepcionales, algo tenue.La luna.La luna de aquella noche era inigualable, inmensa, mágica, embriagadora.
Pero no era inigualable a aquellos ojos, nada era inigualable a ellos.
Esos ojos que se abrían paso entre la noche.Esos ojos verdes que habían sufrido tanto y habían derramado demasiadas lágrimas.
Aquellos mismo ojos que un día mostraron felicidad en estado puro, esa clase de felicidad que es casi inalcanzable, inaccesible, esa felicidad que sólo pueden poseer algunos afortunados y no cualquier persona.
Pero también aquellos mismos ojos que un día reflejaron el miedo, la inseguridad, el temor a perder demasiado , no a perder demasiada cantidad de cosas, si no, a perder a alguien demasiado importante.
Alguien que la completaba, que si se fuese rompería sus esquemas, su vida, sus límites.
Alguien que podía hacerla la persona más feliz del mundo, y a la vez la más afligida, la más libre, y a la vez prisionera.
¿Y qué sentía por ese alguien le podía dar todo y quitarle tanto?¿Cariño?¿Devoción?¿Apego?No.
Amor.
Amor del bueno, de ese tan fuerte que te sacude el pecho, del que no te deja respirar.
Amor del de pensar cada segundo, sonreír sin motivo.
De esa clase de amor que es como la energía, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Se transforma en caricias, susurros indescriptibles de una noche cualquiera, roces de labios que esperan unirse lo más pronto posible y palabras de amor, las más sinceras que nunca jamás alguien escuchó o escuchará.

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