Los meses pasaban, los días se sucedían sin avisar, sin dejar rastro, como el crimen perfecto.
El humo salía de las chimeneas constantemente, en un perfecto compás que dibujaba el viento tras su paso.
Las horas volaban, y los segundos a veces ni existían.
Hacía tiempo que se ahogaba dentro de un vaso vacío, era más débil, había dejado su muralla de lado.
Se escondía en el horizonte, lejos de todo, lejos de ella misma.
Le divertía perseguir a las ardillas por el parque mientras crujían las caducas hojas de otoño bajo sus pies. Y es que de una forma u otra todo comenzó allí, haciendo exactamente lo mismo y respirando el mismo aire, aunque este parecía haber cambiado con las estaciones, ahora era rebelde y disfrutaba enmarañando el pelo y ondeando las bufandas de quien estuviese en aquel lugar.
Aquella tarde estaba más despistada de lo normal, salió de casa sin avisar. No tenía idea de hacia donde ir.
Le apetecía estar rodeada de gente, pero sin nadie que la acompañase, aunque eso ya pasaba aún sin buscarlo.
Necesitaba la presencia de muchedumbre que pasease pensando en sus futuros pero sin entrar en su particular burbuja. Quería escuchar el murmullo que deja tras su paso la multitud, tan solo deseaba aquello para lo escuchar el silencio de su soledad que parecía haberla enfundado en el disfraz que mostraba al mundo. La apariencia de una adolescente alegre, con una mirada vivaz, cargada de entusiasmo, no obstante, aunque aquella fachada improvisada dejaba entrever por las rendijas que mostraba al mundo para que alguien un buen día decidiese salvarla.
No necesitaba un superhéroe que la salvase de un villano, tan solo que la rescatase de sí misma, de sus temores, sus dudas enfundadas, de tener que representar un papel que no le pertenecía, alguien que le demostrase que al menos significaba algo, que ocupaba un sitio en el mundo.
Ese día, después de haber tomado asiento frente un sauce y contemplar los claroscuros que ofrecía el cielo a esas horas de la tarde. El atardecer otorgaba distintos tonos anaranjados a las nubes, apenas salpicados por el vuelo de unas bandadas de pájaros. Cuando los distintos naranjas se reflejaban en sus ojos se producía un bonito efecto, como un segundo amanecer, tan solo sus pupilas marcaban el horizonte.
En unos segundos ocurrió todo.
Bajó su mirada, la cual se cruzó con una persona que tenía enfrente.
Era un caso curioso. Aquella chica contaba con un par de años menos a los suyos, pero eran tan parecidas...Es decir, no físicamente, ya que eran opuestas en ese aspecto, pero transmitía una sensación tan parecida a la suya que casi podían tocarse, casi podían unirse y formar una.
Y así, unas pupilas fijas en las otras se quedaron hasta que el cielo se tiñó de nocturno, después ambas se levantaron y sin articular palabra se fueron en direcciones opuestas a su siguiente destino.
Pero diréis, ¿cómo tan solo aquella diminuta porción de tiempo puede enmendar tanta tristeza contenida en una persona?
Pues porque se había encontrado, había encontrado por decirlo de una forma sencilla 'su mitad', aunque esto no es así completamente, simplemente eran dos almas que compartían los mismos sentimientos en silencio, y estos por fin pudieron explotar y gritar a sus anchas tras haberse encontrado.
miércoles, 27 de marzo de 2013
domingo, 10 de febrero de 2013
Hermética.
El barco zarpó alrededor de las seis y media de la mañana rumbo a algún lugar nunca andado por mis desgastados zapatos, pese a que aquellas suelas ya acarreaban el peso de bastantes kilómetros.
Mientras pasaban los minutos iba curioseando aquí y allá, incluso estuve en la bodega. Me la imaginaba de otra forma, húmeda y tenebrosa, o quizás fueran así todas menos aquella. Era cálida en cierta forma, y, aunque todo estuviese inundado por el equipaje de los pasajeros, me atrevería, incluso, a decir que era acogedora.
Además, alguien más también descubrió el agradable clima que reinaba en aquel lugar, puesto que se escuchaba una melodía proveniente de una armónica.
Seguí la melodía melancólica, como si de un sendero ya marcado se tratase, y llegué a un lugar donde tan solo había cajas, en lugar de maletas y paquetes. En una caja de tamaño mediano y con la madera desgastada se hallaba sentado un señor con escasa barba, un sombrero con el ala algo levantada cubriéndole la cabeza y unos huesudos dedos que tocaban unas notas que parecían conocer a la perfección en una armónica plateada, puesto que no sería precisamente la primera vez que la tocaban.
El hombre cesó de tocar al notar mi presencia, y al no haber sonido alguno, excepto el de nuestras respiraciones, el movimiento del equipaje y el crujido de la madera bajo y sobre nuestros pies, sentí que algo había desaparecido del ameno ambiente.
-¿Qué quieres, chico?
Me quedé un rato absorto antes de contestar, ya que aquella pregunta que se me había presentado tenía múltiples respuestas, aunque la mayoría no sonaría coherente para aquella situación, ni tampoco para aquel hombre.
-Nada, solo escuchaba la canción. Por cierto, ¿cómo se llama?
-¿La canción, yo o la armónica?
-Me refería a la canción, aunque si quiere decirme el de la armónica y el suyo propio, no me importaría.
-La canción no tiene nombre, y en caso de que lo tenga es como el tuyo para mí ahora mismo, desconocido.
-Soy Jack, ¿y usted?
-Pues verás, en cuanto a eso tampoco estoy muy seguro.
-¿Cómo no puede estar usted seguro de su propio nombre?
-Es la verdad, chico, y dudo que tú lo puedas entender.
-Francamente me parece poco posible, pero, por lo menos, intente explicármelo.
- Verás, es algo complejo, mi nombre es Travis, o mejor dicho, es el nombre que me otorgaron cuando nací.
-¿Y qué tiene eso de complejo?
-Calla chico, déjame explicártelo. Yo sé que ese es el nombre con el que me conocían ellos, mis familiares, mis amigos e, incluso, ahora mismo, tú. Pero imagina que fuese a cualquier otro sitio, pongamos que hablo de Marsella, Bruselas, Ohio... ¿Crees que a cualquier persona que me encontrase en alguno de esos lugares o en otro cualquiera se les pasaría por la cabeza que me nombraron de esta manera?
-Supongo que no.
-Claro. Podría decir: Hola, encantado, soy John, o Phil. Y nadie podría acusarme de mentir, ya que no saben la verdad. Quizás algunas cosas de la vida sean así.
-¿Qué cosas?
-Cosas. Como una época sombría en la vida de algunas personas, cosas con las que acarrea el mundo y los seres que lo habitan. Incluso te podría mentir ahora mismo a ti, chico.
-No lo creo.
-¿Por qué? Ya te he dicho que se puede mentir a cualquiera.
-Porque lo siento.
-¿Qué sientes?
-Siento que usted no me miente. Las mentiras pesan mucho, y usted no parece que lleve mucha carga en su espalda.
-Ja, ja, ja.
-¿De qué se ríe?
-Ay, chico, si yo te contase la cantidad de mentiras que se pueden guardar tras unos ojos en lugar de en una espalda sustentada por una vieja columna de débiles huesos que hace las veces como el pilar de un templo olvidado, o en unos hábiles dedos con miles de canciones ya tocadas en lugar de al lado de un cansado corazón.
Travis (si realmente se llamaba así) se levantó de la caja enérgicamente. Cojeaba un poco de la pierna derecha. Fue hacia la puerta para salir de la bodega, estaríamos a punto de llegar a nuestro destino.
Cuando pensaba que no articularía palabra o movimiento de despedida, me sorprendió:
-Eh, chico, toma, cógela.
Me dio su armónica.
-¿Por qué me la das?¿No guarda todas tus mentiras?
-Bueno, pero te la doy como una especie de herencia, por escucharme y dejarme decirle mi verdad a alguien. Creo que es la hora de que esa armónica descanse en su función de guardar las mentiras convertidas en melodías de este viejo. Trátala bien, lleva el gran peso del mundo.
-Travis.
-¿Sí?
-¿Cómo debo llamarla?
-Vaya -gesticuló una sonrisa- tú debes ponerle un hermoso nombre, para que, cuando transforme tus mentiras y verdades en algo más liviano, la admires como lo que es, algo especial y maravilloso, como la música misma.
-Pero, ¿tú cómo la llamabas cuando te escuchaba a ti?
-Oh, pequeño Jack. Creo que eso deberás preguntárselo a ella. Recuerda que es la única que sabe mis verdades, yo tal vez te mienta, ya que la vida en sí es una gran mentira.
Mientras pasaban los minutos iba curioseando aquí y allá, incluso estuve en la bodega. Me la imaginaba de otra forma, húmeda y tenebrosa, o quizás fueran así todas menos aquella. Era cálida en cierta forma, y, aunque todo estuviese inundado por el equipaje de los pasajeros, me atrevería, incluso, a decir que era acogedora.
Además, alguien más también descubrió el agradable clima que reinaba en aquel lugar, puesto que se escuchaba una melodía proveniente de una armónica.
Seguí la melodía melancólica, como si de un sendero ya marcado se tratase, y llegué a un lugar donde tan solo había cajas, en lugar de maletas y paquetes. En una caja de tamaño mediano y con la madera desgastada se hallaba sentado un señor con escasa barba, un sombrero con el ala algo levantada cubriéndole la cabeza y unos huesudos dedos que tocaban unas notas que parecían conocer a la perfección en una armónica plateada, puesto que no sería precisamente la primera vez que la tocaban.
El hombre cesó de tocar al notar mi presencia, y al no haber sonido alguno, excepto el de nuestras respiraciones, el movimiento del equipaje y el crujido de la madera bajo y sobre nuestros pies, sentí que algo había desaparecido del ameno ambiente.
-¿Qué quieres, chico?
Me quedé un rato absorto antes de contestar, ya que aquella pregunta que se me había presentado tenía múltiples respuestas, aunque la mayoría no sonaría coherente para aquella situación, ni tampoco para aquel hombre.
-Nada, solo escuchaba la canción. Por cierto, ¿cómo se llama?
-¿La canción, yo o la armónica?
-Me refería a la canción, aunque si quiere decirme el de la armónica y el suyo propio, no me importaría.
-La canción no tiene nombre, y en caso de que lo tenga es como el tuyo para mí ahora mismo, desconocido.
-Soy Jack, ¿y usted?
-Pues verás, en cuanto a eso tampoco estoy muy seguro.
-¿Cómo no puede estar usted seguro de su propio nombre?
-Es la verdad, chico, y dudo que tú lo puedas entender.
-Francamente me parece poco posible, pero, por lo menos, intente explicármelo.
- Verás, es algo complejo, mi nombre es Travis, o mejor dicho, es el nombre que me otorgaron cuando nací.
-¿Y qué tiene eso de complejo?
-Calla chico, déjame explicártelo. Yo sé que ese es el nombre con el que me conocían ellos, mis familiares, mis amigos e, incluso, ahora mismo, tú. Pero imagina que fuese a cualquier otro sitio, pongamos que hablo de Marsella, Bruselas, Ohio... ¿Crees que a cualquier persona que me encontrase en alguno de esos lugares o en otro cualquiera se les pasaría por la cabeza que me nombraron de esta manera?
-Supongo que no.
-Claro. Podría decir: Hola, encantado, soy John, o Phil. Y nadie podría acusarme de mentir, ya que no saben la verdad. Quizás algunas cosas de la vida sean así.
-¿Qué cosas?
-Cosas. Como una época sombría en la vida de algunas personas, cosas con las que acarrea el mundo y los seres que lo habitan. Incluso te podría mentir ahora mismo a ti, chico.
-No lo creo.
-¿Por qué? Ya te he dicho que se puede mentir a cualquiera.
-Porque lo siento.
-¿Qué sientes?
-Siento que usted no me miente. Las mentiras pesan mucho, y usted no parece que lleve mucha carga en su espalda.
-Ja, ja, ja.
-¿De qué se ríe?
-Ay, chico, si yo te contase la cantidad de mentiras que se pueden guardar tras unos ojos en lugar de en una espalda sustentada por una vieja columna de débiles huesos que hace las veces como el pilar de un templo olvidado, o en unos hábiles dedos con miles de canciones ya tocadas en lugar de al lado de un cansado corazón.
Travis (si realmente se llamaba así) se levantó de la caja enérgicamente. Cojeaba un poco de la pierna derecha. Fue hacia la puerta para salir de la bodega, estaríamos a punto de llegar a nuestro destino.
Cuando pensaba que no articularía palabra o movimiento de despedida, me sorprendió:
-Eh, chico, toma, cógela.
Me dio su armónica.
-¿Por qué me la das?¿No guarda todas tus mentiras?
-Bueno, pero te la doy como una especie de herencia, por escucharme y dejarme decirle mi verdad a alguien. Creo que es la hora de que esa armónica descanse en su función de guardar las mentiras convertidas en melodías de este viejo. Trátala bien, lleva el gran peso del mundo.
-Travis.
-¿Sí?
-¿Cómo debo llamarla?
-Vaya -gesticuló una sonrisa- tú debes ponerle un hermoso nombre, para que, cuando transforme tus mentiras y verdades en algo más liviano, la admires como lo que es, algo especial y maravilloso, como la música misma.
-Pero, ¿tú cómo la llamabas cuando te escuchaba a ti?
-Oh, pequeño Jack. Creo que eso deberás preguntárselo a ella. Recuerda que es la única que sabe mis verdades, yo tal vez te mienta, ya que la vida en sí es una gran mentira.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Tercer movimiento: Lo de dentro.
Los quejidos inaudibles se sucedían en la estancia, semejantes a los gemidos de un perro herido.
El único acompañamiento musical era una respiración ajena a la suya, la cual se había acomodado en su cabeza desde hacía algo más de un par de años.
Su recuerdo aún palpable era cuando su pecho se inflaba delicadamente con cada nueva calada de aire.
El pelo oscuro como el miedo desparramado inocentemente sobre la almohada.
Cuantas noches en vela apreciando aquel momento, el contorno de aquella pequeña naricilla respingona apenas iluminada por el reflejo (que le parecía cálido en su presencia) de la Luna.
Ahora sabía que era que te atormentase el fantasma de la memoria, en aquel momento deseó ser aquel gato pardo que había tomado como guarida la parte del tejado en la que estaba la ventana de la que es su habitación y la suya también, en otros tiempos y circunstancias.La risa nerviosa sacudió su cuerpo y rostro mientras el silencio nocturno se resquebrajó como las ilusiones de un niño que descubre a temprana edad que Papa Noel no es quien él esperaba.
Deslizó su mano derecha hacia el lado de la cama que estaba vacío y huérfano pero no la encontró, tan solo unas sábanas blancas depositadas sobre un colchón duro.
Se sentó en el medio de la cama mientras miraba un punto fijo y perdido al que nunca ni él ni nadie le había prestado tanta atención, y, con aire ausente se sumergió en la nada.Chapoteaba en ella mientras volvía sentir sensaciones oxidadas con cada escalofrío.Se frotó los brazos, la piel de gallina en ese instante le reconfortaba.
Como cada momento de luna que tienen los días, bajó al jardín.
Y se tumbó sobre la hierba, cerca de un sauce llorón.La espalda húmeda por el rocío, el relente en el aire le hacia cerrar los ojos para revivirse a sí mismo, para volver a la vida en aquel lugar y en aquel momento, los dedos de los pies comenzaban a congelarse.
Con las manos arrancaba la hierba.De repente aquel gato pardo en el que había querido convertirse hacía unos instantes se encontraba a su lado, acompañándole.
Largos bigotes que adquirían los colores nocturnos, se quedó embelesado observando la magia de la Luna.
Pensé en acariciarlo, pensé que quizás necesitaba algo de cariño, aunque fuesen las migajas del primer plato que el amor nos otorga y que cada uno prueba al menos una vez en su vida, pero decidí que era mejor no hacerlo, seríamos compañeros de silencio, unidos por una cadena enorme pero a la vez invisible a los ojos de cualquier individuo que no entendiese aquella paradójica situación.Yo, que ansiaba ser como aquel animal para evadirme de mis problemas, ignorante a los suyos.
Decidí imitar a mi nuevo compañero nocturno.
Sucumbir al embrujo de la Luna, su encanto, su luz ahora volvía a ser tan cercana como antaño.
Lloré.Una ráfaga de viento sacudió la hierba como si estuviese sacudiendo una sábana.
El llanto vació mi garganta y mis pulmones.Mi alma volvió después de aquel tiempo muerto que pactamos darnos.La pesadumbre abandono el cuerpo inerte por el momento y se fue galopando como un caballo desbocado en el manto de oscuridad que es la noche, rasgado en algunos puntos por estrellas refulgentes.
Quedé vacío.Completamente vacío.Escuche el maullido de mi compañero.Aquel momento era la señal, la señal de quien ansía comenzar una nueva historia.
El único acompañamiento musical era una respiración ajena a la suya, la cual se había acomodado en su cabeza desde hacía algo más de un par de años.
Su recuerdo aún palpable era cuando su pecho se inflaba delicadamente con cada nueva calada de aire.
El pelo oscuro como el miedo desparramado inocentemente sobre la almohada.
Cuantas noches en vela apreciando aquel momento, el contorno de aquella pequeña naricilla respingona apenas iluminada por el reflejo (que le parecía cálido en su presencia) de la Luna.
Ahora sabía que era que te atormentase el fantasma de la memoria, en aquel momento deseó ser aquel gato pardo que había tomado como guarida la parte del tejado en la que estaba la ventana de la que es su habitación y la suya también, en otros tiempos y circunstancias.La risa nerviosa sacudió su cuerpo y rostro mientras el silencio nocturno se resquebrajó como las ilusiones de un niño que descubre a temprana edad que Papa Noel no es quien él esperaba.
Deslizó su mano derecha hacia el lado de la cama que estaba vacío y huérfano pero no la encontró, tan solo unas sábanas blancas depositadas sobre un colchón duro.
Se sentó en el medio de la cama mientras miraba un punto fijo y perdido al que nunca ni él ni nadie le había prestado tanta atención, y, con aire ausente se sumergió en la nada.Chapoteaba en ella mientras volvía sentir sensaciones oxidadas con cada escalofrío.Se frotó los brazos, la piel de gallina en ese instante le reconfortaba.
Como cada momento de luna que tienen los días, bajó al jardín.
Y se tumbó sobre la hierba, cerca de un sauce llorón.La espalda húmeda por el rocío, el relente en el aire le hacia cerrar los ojos para revivirse a sí mismo, para volver a la vida en aquel lugar y en aquel momento, los dedos de los pies comenzaban a congelarse.
Con las manos arrancaba la hierba.De repente aquel gato pardo en el que había querido convertirse hacía unos instantes se encontraba a su lado, acompañándole.
Largos bigotes que adquirían los colores nocturnos, se quedó embelesado observando la magia de la Luna.
Pensé en acariciarlo, pensé que quizás necesitaba algo de cariño, aunque fuesen las migajas del primer plato que el amor nos otorga y que cada uno prueba al menos una vez en su vida, pero decidí que era mejor no hacerlo, seríamos compañeros de silencio, unidos por una cadena enorme pero a la vez invisible a los ojos de cualquier individuo que no entendiese aquella paradójica situación.Yo, que ansiaba ser como aquel animal para evadirme de mis problemas, ignorante a los suyos.
Decidí imitar a mi nuevo compañero nocturno.
Sucumbir al embrujo de la Luna, su encanto, su luz ahora volvía a ser tan cercana como antaño.
Lloré.Una ráfaga de viento sacudió la hierba como si estuviese sacudiendo una sábana.
El llanto vació mi garganta y mis pulmones.Mi alma volvió después de aquel tiempo muerto que pactamos darnos.La pesadumbre abandono el cuerpo inerte por el momento y se fue galopando como un caballo desbocado en el manto de oscuridad que es la noche, rasgado en algunos puntos por estrellas refulgentes.
Quedé vacío.Completamente vacío.Escuche el maullido de mi compañero.Aquel momento era la señal, la señal de quien ansía comenzar una nueva historia.